Hace 100 años, en el apogeo de la Segunda Revolución Industrial, a nadie en su sano juicio se le habría ocurrido que la sustitución del vapor por el petróleo podría ser un remedio peor que la enfermedad. Y sin embargo lo fue. No sólo desde el punto de vista ecológico, sino político y económico. Un siglo y medio de uso del petróleo como fuente principal de energía en todo el planeta ya es más que suficiente. Hemos llegado a un punto en que necesitamos cambiar de idea sobre la energía, si es que esperamos sobrevivir como especie. Más temprano que tarde, altos funcionarios en cada país deberán tomar la decisión crucial.
En el estacionamiento de un pequeño hotel en las afueras de una ciudad dos amantes se despiden apresuradamente. Durante cuatro años han compartido todo cuanto pueden compartir los amantes, en jirones de tiempo robado y cuidadosamente escondido de los ojos del mundo. Una y otra vez, el momento de la separación es justo como lo describe Shakespeare: una pequeña muerte. Después de tanto tiempo, las mentiras ya pesan demasiado, el amor que no puede vivir pero que nunca muere ya no cabe en los escondites usuales y los hijos…. siempre los hijos. La situación es insostenible, deben tomar una decisión crucial.
Luego de una semana de trabajo intenso para dar a luz su primer blog, habiendo leído, tragado y digerido al menos en parte cientos de páginas web sobre el particular, un blogger llega al punto en que debe decidir cuáles elementos incluirá fimalmente en su barra de navegación y cuáles dejará fuera. Es necesario que tome una decisión crucial.
¿Podrían tener algún principio en común decisiones de órdenes de magnitud tan disímiles como la que debe tomar el blogger, la que deben tomar los amantes y la que se requiere del presidente de la comisión energética de un país?
¿Cómo determinar lo correcto, lo más conveniente o, incluso, lo menos malo en un momento dado, sea para una persona, una familia, un grupo, un país o la especie humana?
Esta clase de preguntas ha mantenido ocupados a los filósofos durante siglos. Finalmente, el principio básico para la solución fue planteado hace algunas décadas por el más grande de los filósofos. Y es tan verdadero como simple (como debe ser). El principio es:
NO ESCUCHES, MIRA.
Ante la duda entre lo que es y lo que no es, entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo funcional y lo infuncional, entre lo verdadero y lo falso, lo útil y lo inútil, lo importante y lo superfluo y un largo, muy largo etcétera, el camino para encontrar una respuesta funcional comienza siempre con: No escuches, mira.
Este es, a mi modo de ver, un principio absolutamente revolucionario. Es todo lo contrario de lo que acostumbramos a hacer: escuchar a las autoridades en la materia correspondiente y concluír «Bueno, si fulano lo dice, debe ser cierto, ya que es un experto en la materia». O, peor aún: «todo el mundo sabe que…» Exactamente la clase de «pensamiento» que llevó a la humanidad por siglos a considerar que la Tierra era un inmenso plato que descansaba sobre cuatro elefantes. O tortugas. O el animal mítico que fuere. Contrariamente a lo que cree la mayoría de la gente «informada», esta clase de pensamiento no ha desaparecido por el hecho de encontrarnos en la era de la tecnología. Lo cierto es que se puede encontrar con gran facilidad entre quienes asesoran a los gobernantes del mundo, en las palabras del sermón dominical, o en las de un artículo sobre relaciones amorosas de una revista femenina.
Los Sumos Sacerdotes ya no usan máscaras aterradoras, báculos, taparrabos, ni túnicas. Ahora visten batas blancas y anteojos de marco negro (como los que aparecen en los comerciales de pastas dentales). O trajes de última, handfrees permanentemente conectados y laptops Dell colgando del hombro. O, incluso, jeans y sandalias, pelo largo y un bolsón de cuero sustituyendo al laptop. Los hay para todos los gustos.
Estos modernos Sumos Sacerdotes predican verdades incuestionables, rigurosamente respaldadas por un estudio científico de una clase u otra. Ya no se llaman dogmas de fe, no se llaman tabú. Se llaman «lo políticamente correcto» o «verdad científica».
Ellos te dirán que el único sistema político válido es la democracia, aunque nunca haya llegado a existir tal cosa desde los tiempos de la Antigua Grecia. Te dirán que la felicidad no existe realmente, aunque no sean siquiera capaces de definirla. Te dirán que quien más produce debe pagar más impuestos, a pesar de que la brecha entre pobres y ricos siga en franco aumento en el mundo. Te dirán que toda verdad es relativa, así que ¡por Dios! no seas tan ingenuo como para perder el tiempo buscándola. Te dirán que el amor es fruto de reacciones químicas y el pensamiento resultado de interacciones eléctricas, aunque jamás hayan logrado producir amor ni pensamiento en un laboratorio. Te dirán que el petróleo no es renovable como recurso natural, te dirán que no hay respuestas ciertas, te dirán que no hay remedio, que no puedes crear nada nuevo, sólo reproducir lo que ya ha sido creado. Te dirán que un blog sin AdSense y sin SEO no es realmente un blog, que tus enlaces entrantes son mucho más importantes que el hecho de responder a tus lectores. Te dirán que….
Cerrar los oídos y abrir los ojos no siempre es fácil. Pero basta con hacerlo las primeras veces para aprender cómo y de ahí en adelante se va volviendo cada vez más fácil y natural. Mirar las cosas, observar por ti mismo cómo son y cómo funcionan (o no funcionan) en vez de escuchar (o leer) lo que opina alguien sobre cómo son no te «dará» las respuestas, pero hará que puedas verlas frente a tus propias narices.
Si simplemente miras, podrás ver. Y ver te obligará a confiar, cada vez un poco más, en tus propias observaciones. Y así, tarde o temprano, podrás crear tus propias respuestas.
Simplemente mira: ¿alguna vez encontraste una respuesta que fuera completamente tuya? ¿cómo te sentiste? ¿cambió algo en tu vida a partir de entonces? ¿de qué te serviría, entonces, crear tus propias respuestas? ¿por qué esto podría ser mejor que operar en base a respuestas de otros? Sólo mira….